Todo depende del color del cristal con el que se mira.
Blog personal de Xavier Blanco.
Reflexiones, ideas, impulsos, pequeñas cosas, microrrelatos, versos, sensaciones...
El circo emergía cuando el verano angostaba. Aparecía
sin música ni elefantes. No había magia, tampoco equilibristas. El público
acarreaba sus propias sillas hasta la plaza y, como no tenía carpa ni pista que
montar, la función se representaba en la calle. Los vecinos participaban
facilitando los animales: una cabra, un conejo y un par de gallinas. Tío
Anselmo, el gaitero, se soltaba con alguna salmodia, y Marcial, el
alguacilillo, relataba historias tristes de otros tiempos. Nadie oficiaba de
maestro de ceremonias y nunca se escucharon risas ni ovaciones. Decían que el
mejor número era uno protagonizado por fantasmas, pero ningún ser humano pudo
verlo. Las campanas tañían a muerto y, finalizada la función, la compañía se
evaporaba. Sin música, sin aplausos, sin nada, y marchaban por el mismo camino
por el que nunca vinieron.
Las criaturas todavía dormitan. La madre cabizbaja ausculta sus
respiraciones pausadas y observa sus diminutos cuerpos sombreados por la luz
mortecina de las bombillas. Intenta sonreír, pero una mueca quebrada corta su
cara. No es fácil vivir en un pasadizo oscuro y respirar ese olor
descompuesto que invade cada resuello de sus existencias. Los pequeños se remueven
en el jergón regurgitando sueños. Pronto abrirán los ojos y sus anatomías
famélicas berrearán sustento; no hay más evasivas, tendrá que salir, pero sabe
que ahí fuera faltan basuras para tanto apetito. Ya no son los
gatos o esos perros desnutridos, ahora también hay que hostilizar contra los
humanos - esos seres harapientos, cercados por el miedo, capaces de matar por
un trozo de carne podrida -. Los retoños, ya despiertos, lloran. El
eco de la memoria martillea el silencio del túnel: ella husmea el olor de la
muerte, que avanza sigilosa disfrazada de hambre. En su mente resuenan
las historias que relataba el abuelo, cuando sus ancestros, engalanados por el
manto de la peste negra, hacían bailar al mundo la danza de los esqueletos.
Hoy, el programa literario Wonderland de RNE4 ha elegido mi relato "Obra Maestra" como ganador del concurso semanal de microrrelatos. Tenía intención de compartir con vosotros, en CALEIDOSCOPIO, el relato y la grabación del programa, pero... Alberto Corujo (Odys) ha tenido el detalle de hacerme una reseña muy especial en su blog, allí podéis leer el relato, escuchar la grabación con mi voz "aterciopelada" y los comentarios que realizan los profesores de l'escola d'escriptura de l'ataneu barcelonès. (estos últimos gracias al resumen, en castellano, realizado por Agustín Martínez Valderrama).
Además de esa mención tan especial, en el blog de ODYS encontraréis buenos momentos, buenos amigos y buena literatura, la que practica Alberto.
Hoy tengo una sensación muy especial, como si hubiera ganado dos premios. Un abrazo a todos.
La luz de
las lámparas inició el sendero de las sombras, las puertas se cerraron y la noche cercó los pasillos. Los
anaqueles se agitaban. Los libros cobraron vida. Un elenco de personajes eufóricos, jaraneros, brincaban y reían, correteando ingrávidos por la sala: el
dinosaurio capitaneaba la Rebelión en la Granja; Alicia invitó a Bartleby a
seguir al conejo y juntos entraron en el árbol. Al final del conducto, Pinocho
se balanceaba en las entrañas de Moby Dick, y desde su preciado escondite
auscultaba los galanteos de El Principito cortejando a Lolita. El
País de las Maravillas se pobló de cronopios y famas. En el pasillo central,
escondidos entre las Enciclopedias, como si se tratara de un guateque de
zombis, Monterroso, Caroll, Merville, Orwell, Nabokov, Sain-Exupéry y Cortazar,
no dejaban, entre risas, de mover las
crucetas. Cuesta creer que esto ocurriera. Lo único cierto es que cuando
desperté, el dinosaurio todavía seguía
allí. Confundido, exigí una explicación. De la boca de Bartleby se escuchó un lacónico “preferiría no hacerlo”. Pinocho,
abrazado a Lolita, me dijo que todo era mentira. El Principito lloraba.
Este micro quedó finalista en el concurso del mes de octubre de La Microbiblioteca . El micro ganador fue Los Suicidas de Mar Horno, te invito a visitar su Blog Maremotos
Cuando era un chaval me gustaban las películas del oeste,
esas de vaqueros. Yo siempre iba con los malos: los bandidos, los forajidos,
los malhechores, con esos tipos huesudos, malcarados, tatuados de cicatrices;
con los que robaban bancos, asaltaban diligencias, con esos con los que siempre
perdían, con los que acababan con sus huesos en la cárcel, o acribillados a
tiros en medio del Salón. La ficción es así, siempre ganan los buenos. Después
crecí, y me embelesaba con los carteles de los delincuentes más buscados que
decoraban las comisarías de policía: unos tipos feos, de miradas
asesinas, de facciones adustas, hoscas; ojerosos, despeinados y mal
afeitados. La verdad, me apiadaba de ellos, me compadecía: esos rostros, ese
rictus de sufrimiento, de abatimiento, no dejaban lugar a dudas. No eran
felices, o esas fotos estaban tomadas después de una noche de resaca en el
fotomatón de la esquina, o pertenecer al lado oscuro no debía ser
tarea fácil. Luego vinieron esos posters con los terroristas más buscados,
siempre el mismo patrón, y esa pléyade de psicópatas, asesinos en serie,
narcotraficantes y demás ralea que adornaban las oficinas de la Interpol. Qué
tiempos aquellos. Ya nada es igual.
Ahora el mundo va demasiado deprisa, y el lado oscuro se
adapta, se acomoda, se muta, convirtiéndose en una bacteria asesina, en un
virus, en un tumor lacerante, en una toxina, en una pandemia infinita,
que convierte el sistema en una cloaca pestilente, hedionda, que densa el aire,
haciéndolo irrespirable. Lo peor es que ya no hay carteles en las comisarías de
policía, ni posters en las oficinas de la Interpol, ahora los malos,
convertidos en piratas, en vulgares secuestradores, en salteadores de caminos,
no tienen cara, ni siquiera tienen nombre, sólo conocemos el alias, sus apodos:
“los especuladores”, “el déficit público”, “la corrupción”, “las agencias de
calificación”, “la deuda soberana”, “los fondos de inversión”, ”la razón de
estado”, y el líder, el jefe de la banda, “los mercados”. Son
etéreos, incorpóreos, intangibles, inmateriales, metafísicos. Estos
tipos roban sueños, matan ilusiones, le sustraen a los ciudadanos su futuro,
les quitan la vivienda; lapidan igualdades. Estos filibusteros secuestran
países, condenando a sus gentes a la miseria del desempleo, a la injusticia
perenne. Uno se imagina a esos espectros, a estos fantasmas, a estas sombras
del mal, vestidas con gustosos trajes de Armani, camisas de seda y lustrosos
zapatos italianos, en sus convenciones, en sus encuentros, en sus
festejos, escondiendo sus colas de hombre lobo, sus colmillos
de vampiros chupasangres, sus cuernos de Belcebú. En estos tiempos nuestros,
los espectros del mal campan a sus anchas; proliferan los Aquelarres,
las ofrendas orgiásticas al Dios dinero, las alharacas de brujas dedicadas a
expandir el estruendo, el griterío, el ruido. Cuánto más confusión más miedo;
cuanto más miedo más obediencia. Contra estos espectros no valen los remedios
clásicos, aquellos que aprendimos en el cine. Estos tipos son inmunes a
las ristras de ajos, al crucifijo y al agua bendita. A estos hay que clavarles
la estaca, el punzón de plata en el centro del corazón. Qué tiempos estos que
nos ha tocado vivir. La realidad siempre supera a la ficción, ahora
siempre ganan los malos.
Seguro que alguno de vosotros ha seguido la campaña
electoral, ha leído los diarios y ha escuchado las declaraciones de esos sujetos que llamamos políticos; habéis
soportado estoicos las palabritas de niño Jesús de los Rajoy, de los Rubalcaba y de sus ejércitos de adláteres. Pensar un poco ¿os habéis fijado en esas sombras
que rodean sus contornos? ¿en esas voces en off que matizan sus declaraciones?, ¿en
esas tijeras herrumbrosas que cortan sus programas?.... Justo ahí se esconden
los espectros del mal. Mañana podemos ir a votar, en los colegios electorales –por
primera vez- encontraremos unas
maquinitas, como esas de los comercios para detectar billetes falsos, pero estas
detectan sombras, ir con tiempo, y pasar una detrás de otra todas las
papeletas, os costará encontrar alguna que no esté oscurecida por los espectros
del mal, pero haberlas, como las brujas, las hay…el voto es nuestro único estilete.
Esta semana me percibo montado en un barco surcando los mares de la complacencia, pero ya sabemos como funciona esto y la calma siempre precede al naufragio. Ayer los amigos del Al otro lado del espejo, me publicaron este micro, que ha quedado finalista en el segundo concurso de relatos AOLDE en Facebook. El tema era el fin del mundo...y nada mas existió. Aquí lo tenéis, espero que os guste.
Las gotas de sudor se precipitaban por su frente. Su cuerpo se inflamaba. El sol de mediodía eclipsaba el horizonte; una polvareda negra, espesa y sofocante les hostigaba, garabateando en el cielo una caprichosa guadaña. Habían perdido el rumbo, demasiados días viajando sin norte, demasiadas noches sin estrellas. Miró a su alrededor, un mar de arena infinito los sitiaba. No quitaba ojo a sus hermanos, los pequeños deliraban. Quizás el olor pútrido y alcanforado, que impregnaba sus células olfativas, no les permitía respirar. El aire era espeso, denso. La muerte les perseguía sigilosa. Presentía sus pasos, cada vez más cercanos, medrando en la mudez del silencio. El cielo se oscureció. El rugir del viento penetró en sus oídos, como si una hecatombe hubiera partido en dos la bóveda celeste. Las lágrimas humedecieron su rostro. Los pequeños sollozaban. Hedía a tragedia. Presentía el final. Alzó la vista esperando alguna señal, una bandada de unicornios alados surcó el cielo.
Lloraba. Era poca cosa, el
último de la fila, un cero a la izquierda. Gato por liebre. Cola de ratón, una
piedra en el zapato, un sin nadie. Poco más que nada, un piltrafilla, un
despojo, un desecho, sobras, ceniza, sólo migajas. A menudo una víctima propiciatoria,
un daño colateral, una jugada del destino. Siempre ahogándose en un vaso de
agua. Toda una vida andando con la soga al cuello. Perennemente bailando
con la mas fea. Aprendiz de todo maestro de nada. Un personajillo, mala suerte,
mal fario, el número trece. Hablar, decir, opinar…caer en saco roto. Cantos de
sirena, agua que no moja, cosecha perdida. Lloraba, no tenía muchas
pretensiones; a él le hubiera gustado ser granito de arena.
Los amigos de Químicamente impuro me han publicado en su espacio este micro. Os recomiendo visitar esta página de relatos brevísimos, hiperbreves, minificciones, microcuentos...pero siempre ráfagas de buena literatura.
Hoy
ha visto la luz la edición impresa de la I Convocatoria de Relatos de Verano, realizada por La
Esfera Cultural. Una colección de 36 textos que tienen como hilo conductor el verano, las vacaciones, el apoltronarse,
el darle una patada a la rutina, el esconder la prisa… Relatos para leer en
verano, primavera, otoño o invierno. En una hamaca en la playa, en el colchón
del camping, en un iglú de Laponia, frente a una chimenea o en un tren camino a
Senegal.
Entre
los diferentes textos que incluye esa publicación, podéis encontrar:
Es
un honor compartir esta publicación con textos de amigas como: Sara Lew, Mar
Horno, Montse Aguilera, Luisa Hurtado, Ángeles Sánchez, Elena Casero, Ana María Ranieri, Isabel Expósito, y los
escritores de La Esfera Cultural: Amando Carabias, Dácil Martín, Francisco
Concepción, Inma Vinuesa, Miguel Ángel Brito, Ana Joyanes.... entre otros.
Gracias a los amigos de La Esfera por tan maravillosa publicación.
Los martes suele ser un
día "nada", pero hoy al levantarme he podido escuchar mi texto
Metamorfosis, que ayer los amigos de La Esfera Cultural me publicaron en su
página, recitado en la radio por Jose Francisco Díaz, "La Voz
Silenciosa".
Me gusta escuchar los textos con esa cadencia, con
ese compás que sólo consigue Jose Francisco…y en esa voz, como si fuera la de un mago, las palabras cobran vida y
emergen humanas mas allá del papel.
Aquí tenéis el audio de
Metamorfosis, espero que os guste…
Hay días que me despierto aburrido. Me levanto
resacoso de la vida, vomitando los sueños que no he tenido. El olor a café
recién hecho me devuelve el mismo aroma agrio de todas las mañanas. Recorro
idénticas calles camino del trabajo. Observo
parecidos rostros, similares miradas. Me ladran los perros; me defecan a
gritos las malditas palomas. Escupo al mundo esperando que alguien me devuelva
el golpe, pero nunca pasa nada. Quisiera gritar, clamar, negarme a
ser protagonista de esta farsa que es la vida. Dejar de abrir el arcón y
encontrar nada, de sentirme muerto aunque respire. Así un día tras otro:
cavando trincheras de frialdad, lamiéndome las heridas.
Pero ¿cómo cambiar de
rumbo si ignoro el camino? Algunas veces la existencia nos ofrece transitar senderos nuevos, escarbar túneles
inéditos. Todo parece fácil antes de colisionar contra la muralla del
presente. El hoy acuña nuestros pasos:
nos gobierna de forma inexorable y desertamos, huimos de esos inesperados
desvíos creyendo que lo cierto es permanecer invariables, detenidos, esperando
que la vida, caprichosa, nos viva. Si
pudiera no creerme todo lo que pienso. ¿Quién tiene el coraje de decir la
verdad, ser arrogante ante los
imbéciles, aguantar impertérrito tanto
estúpido? ¿Quién tiene el valor de vivir sólo, sin sociedad, sin normas, sin
convenciones, alejado de la hipocresía, desprendido de la culpa; acariciar el
monstruo del sufrimiento y soportar la infinita soledad del mundo? ¿Quién puede
prescindir del gruñido de los cerdos, del aullido de los lobos? ¿Quién? No
requiero respuestas, me conformo con entender las preguntas. Ni siquiera
caviles como salvarme. No lo hagas, guarda tus alas de ángel para mejores
oportunidades. Piensa que todos los antídotos se convierten en veneno, que tal
vez me guste transitar por el alambre. Seguiré vagabundeando sin destino,
hambriento de miradas, buscando rostros
que alumbren nuevos caminos. Miedo; puede que sea miedo, duda, turbación.
Tampoco hay que preocuparse demasiado: la existencia es un juego, un juego en
el que sólo nos va la vida.
Hoy
tenía pensado escribir una entrada sobre Patricia Nasello. Pero Mar González lo
ha hecho antes que yo, y le ha dedicado un merecidísimo homenaje en su Blog Los Jardines de Puck. Difícilmente
podré hacerlo mejor que Puck, por eso – y sin haberle pedido permiso a ella- os
dejo su enlace para que podáis conocer un poco mas a Patricia, una escritora
inconmensurable, y por supuesto Los Jardines de Puck, el Blog de Mar.
Patricia,
además de escribir maravillosamente, coordina un taller de creación literaria en su Córdoba natal, allí en tierras Argentinas. Hace unas semanas me pidió
utilizar uno de mis textos titulado Los muertos no hablan para comentarlo en ese taller, cosa que realizaron el pasado
jueves 10 de Noviembre. El taller dispone de una bitácora llamada Bosque donde van relacionando los
diferentes textos y autores comentados, y otros temas relacionados con el taller. Para mí es todo un orgullo que Patricia
Nasello haya utilizado ese texto y me haya incorporado a ese blog, junto a
otros autores -viéndome ahí me siento pequeñito-.
¡Gracias
Patricia! Por los ánimos, por estar siempre, por comentar,por ser como eres... y felicidades por
ese trabajo incansable que realizas.
¿POR QUÉ BOSQUE?
¿Por qué llamar Bosque a un taller que se desarrolla en el centro de una ciudad populosa?
"Nada es absurdo cuando tratamos de construir nuestra vida en libertad" esta cita que se atribuye a Albert Camus, es la respuesta.
Esta semana la frase de inicio de Relatos en cadena"Y nada más existió hasta el próximo tren", me llevó por el mal camino, salieron un par de micros que tengo guardados en el cajón del olvido. Cambiando algunas cosas quedó esto...
Cuenta regresiva.
Al séptimo día descubrió el error de lo realizado: decidió no crear
al hombre a ninguna imagen y semejanza; eclipsó las estrellas y marchitó las
simientes. El día alboreó noche, dejaron de volar las aves y se
extinguieron los peces. No hubo
explosión alguna, no apareció la materia, ni la energía, y nada pudo crecer y
multiplicarse en el no espacio y en el no tiempo. Satisfecho relegó del
espíritu, del alma, del bien y del mal, y la génesis devino expiración. Y nada más existió, ni la
tierra, ni el cielo, ni siquiera la Fe
que mueve montañas.
Hace tiempo que escribí este texto, hoy lo recupero para compartirlo con vosotros. Le tengo un cariño especial...Los amigos de Breves no tan Breveslo publicaron en su espacio, hace ya algunos meses.
Llevaba horas esperando, sentada en aquella
silla de cuero envejecido. La sala era áspera y mortecina. Aparte de la señora
que la recepcionó al entrar, no había sido capaz de detectar presencia humana
alguna. Volvió a mirar el reloj. La puerta se abrió, y un señor bajito, sin
edad, con aire de persona instruida y voz grave, deletreó su nombre. Ella entró
en la consulta y, sin más dilación, se dejó caer en el diván, desbocada por sus
preocupaciones.
- No tengo nada contra papá Lewis, no me
canso de repetirlo. Él no pudo hacer más. Sí, ya lo sé, nunca llueve a gusto de
todos, pero tampoco es eso...
- Siga, por favor…
- Sí, sí, ya le cuento, sin más demora.
Fácil tampoco ha sido: apareció aquel conejo y después, eso de nadar en un mar
de lágrimas, crecer y decrecer, como si fuera una mujer elástica, y además lo
del abanico, y eso sólo fue el principio. Mi vida ha sido una pesadilla…
- No se pare por favor…
- La verdad, los animales me gustan: el
pato, el loro, el aguilucho, el ratón y el dodo.
- ¿Cómo dice?
- El DO-DO, normal que no lo conozca, hace
años que se extinguió. Vivía en las Islas Mauricio. Es como una paloma. Si
busca en la enciclopedia, mire la entrada "aves columbiformes".
Además es un ave que no vuela. Algunos animales me gustan más, y otros menos. Entre
estos últimos, el conejo blanco... y los gatos, esos tampoco…. - Se paró un
momento y, sin preguntar, bebió el líquido de un vaso que había en la mesita.
Saboreó el brebaje, esperó, pero no ocurrió nada. Bostezó. El señor parecía
contrariado.
-
Siga Señorita, no pare, que esto se pone interesante.
- Usted no sabe lo que es discutir con una
oruga azul, y ya no me paro a explicarle lo de la tortuga mutante, y lo del
señor cara de pez, sería demasiado largo - el matasanos la miró extrañada -.
Usted debe de creer que estoy loca. ¿Sabe qué? Ahora le hablaré de mí. No tengo
hijos, ni siquiera me casé; la verdad, nunca he conocido hombre alguno. Yo
siempre soñé con El Principito, era mi amor platónico, mi héroe, pero no tuve
oportunidad de conocerlo. Seguro que nos hubiéramos entendido a la perfección.
En el fondo los dos somos unos incomprendidos.
- ¿Y a qué se dedica usted? Seguía
mirándola.
- Es difícil de explicar. A mí me hubiera
gustado ser la Caperucita Roja. Incluso me hubiera conformado con protagonizar
Blancanieves, pero nunca me dejaron elegir.
- Dejemos por hoy la explicación. Mire esta
imagen y dígame que le sugiere.
- Señaló con el dedo. Aquí la tiene, la
reina de corazones.
- ¿Y cómo dice que se llama usted?
- Yo, Alicia…
- ¿Y de dónde dijo que venía?
- Se lo dije a la señora de la entrada, lo
anotó en la ficha sin mirarme y sin expresar palabra alguna. Si quiere también
se lo digo a usted, pero está en la ficha.
- Él observó la cartulina amarilla, llena de
anotaciones, Se la quedó mirando fijamente, cómo si un cataclismo hubiera
abierto una falla entre los dos. Interesante, dice usted que viene de “El
País de las Maravillas”. Grave no es, pero creo que la terapia será mas larga
de lo previsto.
Imagina que estás en casa y abres un melón.
Inicialmente no parece una tarea muy complicada. En sus entrañas te encuentras
una manzana. No es lo normal, pero esas cosas pasan. Te gustan sin piel y decides
arrancarle sus vestimentas. Debajo emerge una naranja de dermis rugosa y
brillante, antes de continuar te frotas los ojos –yo por lo menos lo haría-.
Tienes hambre y estás a punto de hincarle el diente, pero antes de proceder a
despellejarla respiras hondo y bebes un poco de agua; ahora sabes que lo mas
acertado hubiera sido comerse un yogurt, pero ya es demasiado tarde. Entonces
emerge un huevo de chocolate, de esos que traen una sorpresa en su interior. A
esas alturas ya no estás para bromas; engulles el chocolate y, ansioso, separas
el cascarón esperando tropezar con unas frambuesas o con un par de
cerezas picotas. Nada más lejos de la realidad: sorprendido, te miran unos
ojos, te habla una boca; porque en ese óvalo mora un enanito verde, de esos de
los cuentos, con sus botitas y su chaleco de ante marrón. El duendecillo
habita en un hongo, y al final, secándote el sudor que se precipita por tu
frente, recuerdas que querías melón, pero sin saber porqué has acabado
comiéndote una seta.
Me matriculé en un curso a distancia. Los miércoles había chat virtual para
compartir conocimientos. Entré: nada, nadie; la pantalla parpadeaba. Treinta
veces escribí "¿hola, hay alguien?” Como única respuesta obtuve el grito
ensordecedor del silencio. El curso siguió su camino. Hubo una segunda jornada: inicialmente ausculté
un pitido agudo, después un graznido etéreo de palomas. Deseoso
esperé el tercer día, una melodía tenue devino gruñido de cerdos. Estoy preocupado, hace semanas que sólo percibo el aúllo ingrávido de los lobos. El curso versa sobre
esoterismo, magia negra y nuevas tecnologías. Esta mañana me ha desaparecido el
ordenador.
Semana a semana sigue transitando el concurso "relatos en cadena" que organiza La Escuela de Escritores y la Cadena SER. Sólo 100 palabras y la frase de inicio de esta semana era "Como tantas veces había hecho de niño". La musa sólo me dio para un relato, sin éxito...espero que os guste. Seguiremos probando suerte. La final mensual del mes de Octubre la ganó Montse Aguilera, una buena amiga, no dejéis de visitar su blog Letras para pasar un rato.
Carne picada...
Como tantas veces había hecho de niño, cogió
el cuchillo de descarnar y empezó su tarea de
matarife. Los animales no dejaban de gritar. Observó entristecido la
nave: inmensa, solitaria, fría. Se secó las lágrimas y continuó su
labor: degolló, descuartizó, evisceró. Maldito ruido. El gruñido de los
cerdos formaba parte indisoluble de su vida. Se quitó el
delantal, limpió el cuchillo y se lavó las manos. Era su último día de trabajo.
Cuarenta años de servicio sólo habían merecido una patada en el culo. Apagó la
luz en el mismo instante que la cabeza del Gerente era engullida por la
trituradora. Se reía.