lunes, 25 de noviembre de 2013

335 Intemperie



Hay un hombre gastado y una niña. El hombre arrastra un carro y la niña corretea persiguiendo su estela. Ya en el parque, cansados, se sientan en su banco. La pequeña trastea los trofeos que han conseguido: una botella de besos, un plano del tesoro y un tarro repleto de sonrisas. Por las mejillas del hombre se escapan dos lágrimas. La cría introduce la mano en el bolsillo y saca un trozo de felicidad, lo despliega con cuidado y se arremolinan  entre cartones. Sus barrigas cacarean. Luego se quedan dormidos.
Fuera todo está lleno de ojos ciegos y mentes apresuradas.   

©  Xavier Blanco 2013


Este texto quedó finalista, la semana pasada, en Wonderland (concurso de microrrelatos de Ràdio4 ). También fueron finalistas los micros de Ignacio Feito, Yolanda Nava y Paloma Hidalgo. La ganadora semanal fue Esperanza Temprano.


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Estos días observo a mi alrededor, y siento que los vientos de la crisis no amainan. Al contrario, soplan más fuertes, convertidos en huracanes, arrasando sueños. La economía -cada día más cercana a la quiromancia- no sabe de personas, ni siquiera de sentimientos; ella se esconde detrás de los tecnicismos, de las palabras altisonantes, esas que nos encogen el estómago cada vez que las escuchamos: la deuda soberana, la prima de riesgo, la eficacia, la eficiencia, los recortes… los mercados, la crisis, la maldita crisis. 

Ahí, detrás de esas nubes negras que descargan tormentas, hay seres humanos que se levantan cada mañana, que se baten en duelo con la vida, que se parten la cara defendiendo su presente, luchando por su futuro. Ahí, detrás de cada desempleado, detrás de cada desahucio, detrás de cada sueño roto, hay personas, familias, individuos, ellos le ponen cara a las cifras macroeconómicas, a las estadísticas, a los grandes números que justifican  tanta tropelía. Para ellos, para muchos de nosotros, la vida se ha convertido en un ring de boxeo, y nos defendemos como podemos de tanto puñetazo, de tanto golpe bajo. La vida se ha convertido en un combate infinito, con la única esperanza de acostarnos cada noche para levantarnos al día siguiente, y seguir defendiéndonos, soñando tiempos mejores. Ellos siguen ahí , a la intemperie, maltratados por la agonía del paro, por la perversa crisis, ésta en la que nos metieron otros, los mismos que reparten las bofetadas, los mismos que nos dan los guantazos. 

Lo peor de todo esto es que no sabemos cuántos asaltos tendrá este combate, cuántos golpes nos quedan por encajar, cuándo amainará esta tormenta, cuándo dejaran de pegarnos. No, no lo sabemos, no tenemos ni idea, pero seguiremos ahí, y nos levantaremos cada mañana cogiendo nuestra vida por la solapa, con fuerza, con rabia, y continuaremos luchando por un mundo mejor, más justo, más igualitario. 

Por más que nos peguen, no tiraremos la toalla, no besaremos la lona. Quiero que lo sepan.

martes, 19 de noviembre de 2013

334 Paréntesis

Pasan los minutos pero nadie da la orden. Ella sigue con los ojos vendados, no grita, ni siquiera llora. Sólo piensa. Piensa  que ya no tiene tiempo para coger el tren que va al mar. Ni para ver morir a su padre. Ni siquiera podrá abrazar a Juan cuando regrese del frente y decirle que sí, que claro que quiere casarse con él. Tampoco podrá contarle la noticia, ni mucho menos acabar los patucos.
Se coge el vientre y piensa que ya no queda tiempo para recuerdos, ni para ilusiones. Ni para nada. Hace frío.
Luego se escuchan unos disparos. 

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Algunas veces la vida es eso: un paréntesis,  quizás una espera, un cerrar los ojos y dejar que vuelen los sueños. A veces la vida es eso: un intervalo, una ecuación de segundo grado, una digresión, un momento, una derivada que tiende a infinito. 
Algunas veces la vida sólo es eso: un arco iris que busca su cielo.