Da gusto ver estas semanas las calles de Túnez: esas algarabías, esos jóvenes corriendo de un lugar para otro, desorientados, perdidos, buscando los caminos de la libertad. Cuánta espontaneidad, cuántas sonrisas, cuánta osadía. Las calles están llenas de adolescencia, de niños y de mujeres. Las calles están llenas de satisfacción.
El amo del cortijo ha huido con el rabo entre las piernas, llevándose la cosecha de varios años. Habrá que trabajar duro esos campos para que vuelvan a dar trigo. Dicen las malas lenguas que en sus maletas, además de los trajes de Armani y los bolsos de Loewe, el amo se llevó el oro y el sudor de varias generaciones. Habladurías de pobre. Pero no importa, con el oro también se ha ido el miedo y con el miedo marchó la resignación y la obediencia. Rondando las plazas han quedado la incertidumbre, la crisis y el paro, pero sin el patrono cerca el futuro se divisa mejor. Ya sólo quedan sus perros, que ladran buscando otras manos donde comer.
Como si de un caprichoso eclipse se tratara, la sombra emboscada de la vieja Europa –otrora protectora de tanto desaguisado- empieza a desaparecer. Tocan tambores de retirada. Dicen los envidiosos que con estos nubarrones acechando, los amigotes del patrón, los de las timbas de póquer y los guateques del sábado, andan temerosos de contagio. Y por mas que suben el volumen de la música en sus palacios de El Cairo, Trípoli, Argel y Rabat, no pueden impedir que el eco de la calle les devuelva la sinfonía de la rebelión. Mas pronto que tarde caerán todas las fichas de este sanguinario dominó.
Me ha sorprendido especialmente el júbilo de los jóvenes mostrando orgullosos los objetos del pillaje, no por el hecho en sí, normal en una situación como esta, sino por la poca valía de lo sustraído. La mayoría salían cargados de enormes fardos de papel higiénico. Al principio cuesta entender tanta alegría por tan poco valor. Viendo como el dueño ha dejado el país, todo se entiende: hará falta mucho papel para limpiar tanta mierda.
Gabo García Marquez, en El Otoño del Patriarca.
Comparto la alegría al ver gente haciendose dueña de sus destinos en esta época en la que nos hemos acostumbrado a delegarlos en los poderosos. Además, me ha encantado tu forma de expresarlo. Míriam
ResponderEliminarLa situación límite que empieza a darse en la realidad de los pueblos, donde convive el enriquecimiento de unos sobre la miseria de otros, con la pérdida de la esperanza en la posible mejora existencial, provoca la ausencia del miedo atávico y la valentía de salir a la calle a exigir cambios.
ResponderEliminarMucho tendremos que luchar si no queremos que nos construyan un futuro indeseable.