Se ligó las botas y salió corriendo calle abajo, camino de la estación. Era tarde. No se había lavado la cara y el pelo revuelto delataba que hacía poco que se había levantado. Antes de salir, su madre, ya octogenaria, le hizo un gesto con la mano en señal de buena suerte.
A su paso, los niños jaleaban su caminar torpe y cachazudo. Los paisanos le saludaban pero él no respondía a ninguna cabezada, a ningún gesto. Él era así, diferente, "raro" decían los demás. Era eso que llaman el tonto del pueblo. "Cada uno tiene un lugar en la vida", pensó, y a él le había tocado ése; le era indiferente y cumplía su papel a la perfección.
Llegó a la estación. Las agujas del reloj marcaban el mediodía. Como en un ritual sacó el pañuelo del bolsillo y lo desdobló con parsimonia, como si el tiempo fuera infinito. Limpió el polvo del banco antes de sentarse. Desplegó la pañoleta y sobre ella dejó un muñeco viejo de goma. La estación estaba abandonada, las malas hierbas apenas permitían imaginar los raíles ya oxidados y las traviesas podridas por el paso del tiempo. Se sentó y empezó a girar la cabeza, lentamente, de un lado para otro, esperando oír el silbato de una vieja locomotora anunciando su llegada. Los pajarillos dejaron de trinar y un silencio cómplice alumbraba un nuevo día sin sorpresas.
Era día de aniversarios. Hacía 25 años que se sentaba en aquel banco cada día a la misma hora. No dudó ni un instante, no había fallado nunca, siempre con la misma ilusión esperando que sucediera alguna cosa, alguna señal que no llegaba. Algún día las cosas cambiarían y todo sería diferente. Cerró los ojos y una sonrisa cruzó su rostro: veía a Luna, su perrita, corretear por los andenes y morder su pantalón deshilachado. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Era lo único que le había pasado en la vida.
Un día Luna desapareció sin decir adiós. La buscó por todo el pueblo. La buscó por las eras, la buscó por el río, recorrió el desván y sus escondites preferidos, pero nada, Luna no estaba. Su madre ya se lo había avisado: “hijo, no se puede querer así a un animal, un día tendrás un disgusto”. Dicen por el pueblo que se la llevó el tren de las doce. Pero eso no es verdad, ella nunca lo dejaría, y él sabe que algún día el tren parará en la estación y Luna volverá a comer de su mano.
© Xavier Blanco 2011.
“Los microrrelatos son una apuesta por la literatura futurista cuyas innovadoras técnicas responden a las exigencias de un mundo más moderno, donde el tiempo es plata y la prosa breve es oro (...). Se trata de una literatura que está muy cerca de la prosa poética y que, al mejor estilo de los haikus, se parece a un félido veloz y cimbreante, constituido más por músculos que por grasa.” (Víctor Montoya)
Espero que os guste....
© Xavier Blanco 2011.
“Los microrrelatos son una apuesta por la literatura futurista cuyas innovadoras técnicas responden a las exigencias de un mundo más moderno, donde el tiempo es plata y la prosa breve es oro (...). Se trata de una literatura que está muy cerca de la prosa poética y que, al mejor estilo de los haikus, se parece a un félido veloz y cimbreante, constituido más por músculos que por grasa.” (Víctor Montoya)
Espero que os guste....
Desde luego a el prota no piensa que con un nuevo amanecer empieza el descubrimiento de un nuevo día. Nuevas circunstancias que hacen del levantarse el inicio de los descubrimientos del día. Nuevas situaciones que pasa por alto por esperar el gran acontecimiento que cree que cambiará su vida pero él sabe que cuando ocurra ese acontecimiento tan esperado, el levantarse cada le será más duro, tendrá que buscarse otra meta....
ResponderEliminarToni P.
PD: Desde luego tu relato me ha despertado la reflexión...
Gracias Toni por leer estas páginas.
ResponderEliminarEsa es la idea, necesitamos metas, objetivos, a veces sueños, que nos ayuden a transitar por este camino de la existencia. Algunas veces irrealizables, que mantienen despierta la ilusión de seguir, y de saber, que el mañana será mejor.
Una abrazo.
Mientras, ella acomodaba su cuerpo para la lactancia de su amplia camada, entregada a la protección y crianza que la naturaleza le marcaba,con el propósito de regresar un día acompañada y volver a comer de su mano.
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