Te escribo, letras que nunca leerás; precisamente hoy, cuando hace un año que te fuiste sin despedirte, sin un adiós. Decirte que ya no me hablan las caracolas, que no puedo aguantar más esta amargura tan extraña que me abate. Ayer te esperé en la parada del metro, allí en la Rambla , donde nos encontrábamos cada día todavía adolescentes, camino de la Universidad. Hace meses que el eco de mi felicidad no resuena, que me invadió el silencio. Pero hoy no has venido.
Apesadumbrado por tu ausencia, he bajado las escaleras, camino del pasado y te he buscado desesperado por los andenes. Te he reconocido en una niña que corría, en unos adolescentes que se besaban, en una pareja de ancianos que reían. ¿Sabes?, no me preguntes en qué parada, pero se subió aquel señor que toca el acordeón, y sí, tocó nuestra canción, y te escruté, porque allí estabas sin estar.
Apesadumbrado por tu ausencia, he bajado las escaleras, camino del pasado y te he buscado desesperado por los andenes. Te he reconocido en una niña que corría, en unos adolescentes que se besaban, en una pareja de ancianos que reían. ¿Sabes?, no me preguntes en qué parada, pero se subió aquel señor que toca el acordeón, y sí, tocó nuestra canción, y te escruté, porque allí estabas sin estar.
Me detuve en aquel fotomatón de la estación de Palau Reial, ¿te acuerdas? Y me hice una foto, dos, cien. Y, aunque no te lo creas, aparecemos los dos, juntos, porque tu áurea sigue allí inmortal. Ya en casa, la colgué junto a todas las demás. La miro: eres tú, extraña, antes y ahora, con todas las edades y con ninguna, etérea, eres tú perenne, siempre.
De regreso me paré en aquel pequeño bar de la estación. Sentado en la barra pedí un café y un cortado; sí, cariño, uno con sacarina, y me bebí el mío, y luego el tuyo, sorbo a sorbo. Sabía a tus besos. Y el camarero me miraba y pensaba "pobre hombre, pobre viejo loco". Bajé al andén. Me senté en el banco, en el nuestro, en aquel en el que estirábamos los días, antes de separarnos. Ya cansado tomé el primer tren hacia ninguna parte -sin rumbo, despreocupado-, porque tú estás en todas, infinita. Quizás sea tu ausencia la que hace irrespirable este aire que me ahoga.
Cansado, regresé a la vida, cogí un autobús que me llevó directo al camposanto. Compré un ramo de flores, violetas, como a ti te gustan, y me senté allí, frente a tu lápida. Leí tu nombre una y mil veces, y cada letra era un puñal que atravesaba mi alma, un gemido en el silencio. Tú no lo sabes, pero hablamos. Y me dijiste que todo aconteció demasiado rápido, que la muerte no avisa, no espera, que no tuviste tiempo para decirme adiós, para secar mis lágrimas. Que sabes que lo pasé mal con tu abandono, que nos quedaban muchas cosas por hacer, muchas risas por reír, muchos besos que gastar. Que tú también lloras por esa ansiedad insoportable que me lleva a naufragar cada día en tus recuerdos. Tus palabras siguen ahí, confundidas con la luz del crepúsculo de un nuevo día que huye, esperando la alborada. Y me dijiste que sigo siendo el príncipe de tus cuentos, el pirata bueno de tus sueños.
Has vuelto. Mañana no alargaré la noche, y cuando el día despunte, me levantaré con la alegría de haber perdido definitivamente la batalla de tu ausencia. Me pondré el traje, el de las grandes celebraciones. Recorreré los andenes del metro. Y allí sentado dentro del vagón, miraré el techo y esa luz amarilla volverá a ser nuestro firmamento. Me cogeré la mano que será la tuya, y reiré conmigo que será contigo. La gente me mirará; y no dirán nada, pero pensarán "pobre viejo loco". Pero no me importa, porque has regresado, haciéndame sentir que ya no estoy solo. Y así un día y otro seguiré soñando sueños, insumiso de la realidad, opositando a quimeras. Decirte que hoy me trago esta amargura, por extraña que sea, hoy he elegido respirar, seguir viviendo, siempre contigo.
© Xavier Blanco 2011.
Presentado al concursos de Relatos de Transports Municipals de Barcelona.
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