Jared Loughner tiene sólo 22 años. Vivía en el 7741N, Soledad Avenue, al noroeste de Tucson, en el Estado de Arizona (EE.UU), en un barrio de familias de renta baja. Cuando tenía 6 años seguro que soñó que algún día sería jugador del equipo de béisbol de la ciudad, o que sería un cantante famoso. Estas últimas semanas ha sido portada de todos los diarios del mundo.
El viernes 7 de enero, salió de casa con una pistola Glock 19 mm. y se dirigió al centro comercial de su ciudad, donde había un acto político. Una vez allí, disparó a bocajarro contra Gabrielle Giffords, congresista demócrata, mató seis personas e hirió a más de 20. Entre los muertos está el juez Federal John M. Roll, defensor de los derechos de los inmigrantes.
No hay duda que Jared Lugher es un perturbado, un desequilibrado, un loco. Puede que esto sea un hecho aislado, sí, pero éste no es el iluminado que se pone a pegar tiros en la puerta de una escuela. De forma premeditada Jared fue a un mítin político, y tenía como objetivo a Giffords por sus posiciones políticas, por su apoyo a la reforma sanitaria, por su defensa de causas progresistas.
Arizona es uno de los estados con mayor voto republicano de EEUU. Es el estado con la legislación más permisiva en relación a la posesión de armas. En Arizona hay censadas y legalizadas 16 organizaciones que tienen como fin principal predicar el odio y la intolerancia. Pered Loughner tenía relación directa con varias de ellas. Sarah Palin, alterego del Tea Party, había colgado en su página web un mapa de EE.UU. donde marcaba con la mirilla de un arma a los 20 congresistas demócratas que había que derrotar en las elecciones del pasado mes de Noviembre. Gabrielle estaba marcada con una de esas mirillas por su defensa de leyes progresistas. No pudieron con ella y en las urnas revalidó su acta de congresista. En los últimos meses la convivencia se había deteriorado por el cruento debate sobre la emigración ilegal - Arizona es fronteriza con Méjico-.
Clarence Dupnik, sheriff del condado, conocido el atentado dijo “nos hemos convertido en una meca del prejuicio y la intolerancia; sólo hay que ver cómo responden estos desequilibrados a la bilis que sale de ciertas bocas cuando hablan de acabar con el gobierno”. Retórica que se acentúo a partir del 2008, cuando Obama, que no olvidemos es negro, ganó la presidencia de EE.UU.
Sacar conclusiones parece fácil, pero serían precipitadas. El culpable de este acto execrable es Jared Loughner, de eso no hay duda, pero algo tendrá que ver el modelo de acción política que practica la derecha norteamericana contra el gobierno Obama, basado en el insulto, la descalificación permanente, la mentira y la crispación.
¿Qué relación hay entre el discurso del odio y la violencia?
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Diario El Pais. El Roto. |
No tengo ninguna duda: toda bomba necesita un detonador. La intolerancia, el odio y la discriminación cargan esas mentes y esas pistolas. Es el discurso el que precede a la acción. Es el loco inducido por el odio. El efecto que este debate político crea en individuos enfermos o fanatizados es inmediato: los enviste de un áurea mística, de justicieros, alentados por la intolerancia y el odio que periodistas, predicadores y políticos vomitan día a día, desde sus tribunas, desde sus púlpitos, desde los medios de comunicación que controlan.
Una de las consecuencias principales del fanatismo es que lleva a confundir los sueños con la realidad, a creer que basta con soñar para que las cosas ocurran. En política la situación es similar y vemos ejemplos todos los días. En estos tiempos la política ha dejado de ser una ciencia social, para convertirse en un arte que algunos confunden con la magia, y es ahí donde se sitúa el fanático –mi equipo debe ganar porque es el mejor-. El problema es que el fanático camina muy lejos de la realidad, nunca toca con los pies en el suelo. Cree por fe que las cosas siempre saldrán bien. El fanático no piensa, no le importa la correlación de fuerzas, el fanático gana o pierde, blanco o negro, vivo o muerto.
Para que el individuo piense de forma autónoma, necesita cultura, conocimientos y educación. La historia ya nos ha dado demasiadas lecciones sobre ello. Este debería ser un objetivo de la democracia y por supuesto uno de los objetivos principales de los políticos. Pero en la realidad esto no sucede. Las campañas electorales se convierten en campañas comerciales, donde lo único importante es vender el producto, y para conseguir el voto hay que esconder la realidad –ésta es demasiado compleja para ser vendida sin maquillaje-. El objetivo es obtener el voto ciudadano a través de la publicidad: y como si se vendiera un zumo de frutas hay que exagerar nuestras cualidades y posibilidades y remarcar las incapacidades y los defectos del otro. Cuanto peor es el contrario, mejor soy yo. Este estilo de hacer política, que favorece a los grandes medios de comunicación, contribuye a aumentar el fanatismo político. No hay reflexión, no hay debate de ideas, “sólo hay imágenes violentas y palabras violentas”, como dice el senador Dick Durban. El fanático no tiene ideología, todo lo basa en la fe y la emotividad, en lo superficial y elemental de la realidad y sin ideología no hay debate, no hay política. Si fracasa la política, fracasa la sociedad y fracasa la democracia. Este es el inicio del problema.
Sólo incrementando los niveles de educación cívica y política de los ciudadanos se podrá reducir el fanatismo político que nos ha causado daños en el pasado y nos puede volver a golpear en el futuro. Se equivocan los que piensan que es esto es patrimonio de EEUU, pues la vieja Europa también está llena de fanatismo.
La política está falta de reflexión, y sea arte o sea ciencia debe estar pegada a la realidad, tiene que tener objetivos y metas a conseguir. La realidad es cada vez mas compleja y si hay algo que caracteriza estos nuevos tiempos, es la ignorancia. Y no olvidemos que la ignorancia es el caldo de cultivo preferido del fanatismo.
P.D.: Comparar esta situación con la actualidad política española no sería muy acertado. Por suerte aquí no podemos comprar un M16 en el estanco de la esquina, pero sólo hace falta ojear La Razón, El Mundo, ABC, La Gaceta o Libertad Digital, escuchar la COPE o ver Intereconomía, para darse cuenta que la derecha española a diario regala insultos, amenazas veladas, odio y crispación, siempre en nombre de España y de la religión. Las cosas pasan y luego ya echaremos la culpa a las parejas de hecho, a la eutanasia, al aborto, a los homosexuales y a los nacionalismos. Dios, Patria y Rey. Lo siento no puedo con tanto fanático.