Era el último día, el de las despedidas. Don Marcial, el maestro, parloteaba desgranando las últimas líneas de su discurso: “Aquí, señores, ya no podemos hacer nada más por ustedes. Espero que sean hombres de provecho”. Había caras tristes. Ya sabían leer, escribir y las cuatro reglas, con eso ya se podían enfrentar a la vida. Él seguía con su perorata: “Mañana será lo que Dios quiera, pero no se equivoquen, a Dios hay que ayudarle un poquito: con orden, con esfuerzo y con perseverancia”. Para Don Marcial todo había que hacerlo con perseverancia.
Cada uno por su camino. La mayoría subsistirían en el pueblo, trabajando las tierras y ayudando a la familia. María, Genoveva y Lucía, marcharían a la ciudad, a servir a los señores, como se había hecho siempre. Eran los caminos de la pobreza. Juan, a peritos; Nicolás, el del colmado, al seminario, y Pedro, el hijo del médico, marcharía lejos para estudiar para alcalde, como su padre. Esos eran otros caminos.
La bocina tintineó por última vez en el mismo instante que Don Marcial, el maestro, guardaba sus papeles en el maletín: “vayan ustedes con Dios”, fueron sus últimas palabras. Él recogió su título de graduación, sus recuerdos, sus cosas y, sin despedirse de sus compañeros, salió corriendo, iniciando una carrera frenética, como si le fuera la vida en ello. Giró el pasillo, bajó las escaleras a contrapié, y se encontró en la calle. Sin ver el saludo de su madre, siguió corriendo calle abajo, cada vez más deprisa, a la derecha por la Bajada de la Iglesia, para continuar por la Calle de los Milagros, cayó y volvió a levantarse. Ya a las afueras, se paró, exhausto, dolorido por el golpe. Su sombra alargada, omnipresente, se reflejaba en el terruño seco, polvoriento y resquebrajado. Se dejó caer en un saliente del muro.
Su madre, que lo había perseguido todo el camino, jadeando por el esfuerzo y asustada, intentó abrazarlo. Hijo, ¿qué has hecho?, ¿qué ha pasado?. Nada madre, contestó, todavía sudoroso, sin dejar de mirar el suelo. Se volvió a levantar haciendo ademán de querer continuar la carrera. Su cara blanca y pálida, delataba pánico. “Hijo, estoy aquí para ayudarte, ¿de que tienes miedo?”. Siguió un silencio. Miró a su madre: su rostro sinuoso, su piel arrugada, esos ojos color miel, reflejaban bondad. Ella lloraba, se abrazaron: “Al porvenir madre, tengo miedo al porvenir”.
© Xavier Blanco 2011.
Si te ha gustado
Aquí encontrarás mas MICRORRELATOS.
“Los microrrelatos son una apuesta por la literatura futurista cuyas innovadoras técnicas responden a las exigencias de un mundo más moderno, donde el tiempo es plata y la prosa breve es oro (...). Se trata de una literatura que está muy cerca de la prosa poética y que, al mejor estilo de los haikus, se parece a un félido veloz y cimbreante, constituido más por músculos que por grasa.” (Víctor Montoya)
Espero que os guste....
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Espero que os guste....
Genial! Me ha encantado, de verdad... Míriam
ResponderEliminarGracias Míriam. El día que te dejen de gustar los relatos sabré que habrá llegado la hora del ocaso. A mi también me gustan los tuyos.
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