“Esto no es una guerra”, dicen algunos. “Sólo es una operación humanitaria”, indican otros. Los más atrevidos, rozando el insulto, llaman a esto un "conato de guerra” - vamos, un quiero y no puedo, un vengo que ya me voy, un no sé para qué me he metido -. Lo peor de todo es que detrás de tanta improvisación, debajo de la semántica, están los muertos, la gente que sufre, las bombas que silban, el futuro ametrallado, el miedo.
Para Occidente esta guerra no pasa de un simple plan renove. Destrozamos los aviones y los tanques que le vendimos al Gadaffi ese, durante estos últimos cuarenta años, y cuando manden los otros les presentaremos el nuevo catálogo de armas primavera–verano. Vamos, como en el Carrefour: dos tanques por uno, compras tres aviones y te regalamos el de menor precio. Luego ya esconderemos la venta de armamento dentro de la ayuda al desarrollo. Tiempo al tiempo.
En el mundo, atendiendo al índice de democracia de “The Economics” hay 55 dictaduras. Los derechos humanos, según los anuarios de Amnistía Internacional, son violados sistemáticamente en la mitad del planeta todos los días del año, incluidos los festivos. De dictadores asesinos, sátrapas feroces y reyezuelos sanguinarios, está lleno el astro Tierra. El Consejo de Seguridad de la ONU, para dictar todas las resoluciones de ataque inmediato que necesitamos para acabar con tanta impunidad, tendría que estar dos meses seguidos, día y noche reunidos, trabajando a destajo. Uno, que es ingenuo, se pregunta "¿cuándo actuarán en Costa de Marfil, Sudán, Guinea Ecuatorial, Irán, Sáhara, Bielorrusia, Israel, Chechenia, Yemen, Arabia Saudita…? Occidente sólo ataca cuando están amenazados sus intereses, y éstos casi siempre son económicos. Tienen nombre y apellidos: petróleo, gas, materias primas, enclaves geoestratégicos, etc. ¿La gente? ¿Qué gente?
La guerra siempre se inicia en nombre de la libertad y de la democracia. El resultado ya lo conocemos, se llaman Somalia, Afganistán, Irak: muerte, destrucción, luchas fratricidas, países destrozados, bombas que explotan, gentes sin futuro, contratos millonarios de reconstrucción. ¿Libertad, democracia?... hoy no toca, de eso ya hablaremos otro día. A esto le llamo yo imperialismo con camuflaje humanitario.
Esta guerra no responde a los intereses del pueblo libio, ni a sus anhelos de libertad y democracia. Las intervenciones militares son como la lotería, nunca sabes cómo acaba, juegas sin jugar y nunca toca. La guerra es el fracaso de la política. ¿Hasta cuándo seguiremos aguantando tanta hipocresía? Necesitamos un cambio de mentalidad, un mundo donde la guerra no tenga espacio. Hace tiempo que perdimos el rumbo, vagamos a la deriva. Hacen falta otras ideas, otras manos para asir este timón.
© Xavier Blanco 2011.
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