Cuando era un chaval me gustaban las películas del oeste, esas de vaqueros. Yo siempre iba con los malos: los bandidos, los forajidos, los malhechores, con esos tipos huesudos, malcarados, tatuados de cicatrices; con los que robaban bancos, asaltaban diligencias, con esos con los que siempre perdían, con los que acababan con sus huesos en la cárcel, o acribillados a tiros en medio del Salón. La ficción es así, siempre ganan los buenos. Después crecí, y me embelesaba con los carteles de los delincuentes más buscados que decoraban las comisarías de policía: unos tipos feos, de miradas asesinas, de facciones adustas, hoscas; ojerosos, despeinados y mal afeitados. La verdad, me apiadaba de ellos, me compadecía: esos rostros, ese rictus de sufrimiento, de abatimiento, no dejaban lugar a dudas. No eran felices, o esas fotos estaban tomadas después de una noche de resaca en el fotomatón de la esquina, o pertenecer al lado oscuro no debía ser tarea fácil. Luego vinieron esos posters con los terroristas más buscados, siempre el mismo patrón, y esa pléyade de psicópatas, asesinos en serie, narcotraficantes y demás ralea que adornaban las oficinas de la Interpol. Qué tiempos aquellos. Ya nada es igual.
Ahora el mundo va demasiado deprisa, y el lado oscuro se adapta, se acomoda, se muta, convirtiéndose en una bacteria asesina, en un virus, en un tumor lacerante, en una toxina, en una pandemia infinita, que convierte el sistema en una cloaca pestilente, hedionda, que densa el aire, haciéndolo irrespirable. Lo peor es que ya no hay carteles en las comisarías de policía, ni posters en las oficinas de la Interpol, ahora los malos, convertidos en piratas, en vulgares secuestradores, en salteadores de caminos, no tienen cara, ni siquiera tienen nombre, sólo conocemos el alias, sus apodos: “los especuladores”, “el déficit público”, “la corrupción”, “las agencias de calificación”, “la deuda soberana”, “los fondos de inversión”, ”la razón de estado”, y el líder, el jefe de la banda, “los mercados”. Son etéreos, incorpóreos, intangibles, inmateriales, metafísicos. Estos tipos roban sueños, matan ilusiones, le sustraen a los ciudadanos su futuro, les quitan la vivienda; lapidan igualdades. Estos filibusteros secuestran países, condenando a sus gentes a la miseria del desempleo, a la injusticia perenne. Uno se imagina a esos espectros, a estos fantasmas, a estas sombras del mal, vestidas con gustosos trajes de Armani, camisas de seda y lustrosos zapatos italianos, en sus convenciones, en sus encuentros, en sus festejos, escondiendo sus colas de hombre lobo, sus colmillos de vampiros chupasangres, sus cuernos de Belcebú. En estos tiempos nuestros, los espectros del mal campan a sus anchas; proliferan los Aquelarres, las ofrendas orgiásticas al Dios dinero, las alharacas de brujas dedicadas a expandir el estruendo, el griterío, el ruido. Cuánto más confusión maá miedo; cuanto más miedo más obediencia. Contra estos espectros no valen los remedios clásicos, aquellos que aprendimos en el cine. Estos tipos son inmunes a las ristras de ajos, al crucifijo y al agua bandita. A estos hay que clavarles la estaca, el punzón de plata en el centro del corazón. Qué tiempos estos que nos ha tocado vivir. La realidad siempre supera a la ficción, ahora siempre ganan los malos.
© Xavier Blanco 2011.
Radiografía precisa de nuestra realidad
ResponderEliminarSolo algunas batallas a corto plazo.
ResponderEliminarAmando, Montse, gracias por los comentarios. El sábado es luna llena y estos espectros montan guateque de zombis.
ResponderEliminarUn abrazo a los dos.
En mi inocente niñez cuando me instruía para la obra de Dios, el mal se identificaba en la figura del diablo con cuernos y su tridente destructor, que corrompía el alma de los mortales haciéndoles esclavos de sus malos deseos.
ResponderEliminarLos poderes del presente siguen utilizando la figura divina para justificar sus actuaciones y nos quieren hacer creer, que los males que actualmente nos aquejan, son fruto de nuestra débil naturaleza, persiguiendo nuestro bienestar queremos viviendas, trabajar menos y un sistema protector que nos resuelva la existencia.
Ahora lo maligno se esconde detrás de eufemismos para no verse identificado y no tener que asumir la responsabilidad de sus actos << a rio revuelto, ganancia de pescadores>> y genera conflictos armados para alimentar el aparato militar productivo, pandemias para beneficio de la industria farmacéutica y hambrunas para el control territorial.
Desde nuestra posición crítica hacia estos desmanes nos queda la responsable decisión de no participar en este juego macabro y orientar nuestras elecciones hacia proyectos, personajes y productos que cumplan un estándar ético.
Como decía un teólogo de mi seminario “ si el mal fuera tan poderoso ya nos hubiera destruido”